Soy Carlos Astudillo y nací en Colina, donde las ferias, las canchas de tierra y los paraderos polvorientos marcaron mi infancia. Crecí viendo a mi viejo atender su botillería doce horas diarias y a mi mamá convertir cualquier problema en organización: aprendí que la dignidad se construye con las manos y el cuerpo.

Estudié Administración Pública porque quise entender por qué la política no llega a la esquina donde vivimos. Pero fue el 20 de octubre de 2019 cuando mi vida cambió para siempre: un disparo militar me arrancó parte de la pierna y, por un instante, también la fe. Sobreviví gracias a vecinos y vecinas que me defendieron con sus teléfonos y su coraje. Mientras otros buscaban cámaras, yo elegí el camino difícil: convertir el dolor en trabajo útil.

En lugar de hacer de mi herida un espectáculo, me organicé con otros sobrevivientes y me acerqué a Fabiola Campillai. Juntos coordinamos la Mesa de DD.HH. por una Vida Digna, entregamos el proyecto de Ley de Reparación Integral y reactivamos la atención preferente en el Hospital del Carmen para personas con discapacidad y mayores. También acompañé a comunidades educativas de Cerrillos y Colina que sufrían robos, porque la seguridad no puede ser excusa para abusos: tiene que sentirse en la puerta del colegio, no en un discurso.

En estos años comprendí algo simple y contundente: los DD.HH. no son un slogan; son una fila que avanza, una sala de clases iluminada, un bus que llega a la hora. Por eso quiero llegar al Parlamento, para poner plazos y presupuesto a lo que realmente importa.